titulo

BIENVENIDOS




KENT

KENT



Una vez cae la noche abandono mi escondite en busca de sustento. Así un día tras otro, condenado perpetuamente a no ser visto por nadie a la luz del día.

El propietario me sorprende en la cocina del piso en el que acabo de entrar.

-¿Quién anda ahí? No tengo nada de valor. ¡Robar no es una buena solución! –me reprende con una mezcla de valentía y temor.

-Lo siento –respondo dirigiéndome rápidamente a la ventana por la que he entrado.

Mi respuesta, alejada de toda agresividad, parece tranquilizarle.

-¿Por qué no me cuentas que es lo que te sucede? ¿Huyes de algo o de alguien? –me pregunta.

Cuando estoy a punto de salir y seguir mi camino a ninguna parte, me giro y me percato de que el hombre es ciego. Su ofrecimiento de diálogo me ofrece la posibilidad de desahogarme, de compartir mí desdicha con alguien. La ceguera de este invidente que el destino ha puesto en mi camino preservaría mi anonimato.

-¿Estás necesitado? –insiste. ¿Por eso has entrado a robarme? Debes estar pasándolo mal, porque has ido directamente a desvalijar mi nevera.

Seguramente si pudiese ver mi aspecto no mantendría la calma que exhibe con tanta naturalidad. El hecho de que no pueda verme se trata sin duda de una ventaja…para ambos.

-No tengo nada especialmente valioso –prosigue ante mi silencio-. Puedes comer cuanto gustes. En el cajón esa mesilla –la señala con su delgado bastón blanco-, encontrarás algo de dinero. Solo te pido que no me destroces la casa.

-Gracias. Pero no soy un ladrón. No quiero su dinero, de todas formas, tampoco podría comprar nada con él.

El ciego adopta una expresión de extrañeza cruzando ambas manos sobre la empuñadura del bastón. Esta afirmación le ha desorientado.

-¿Por qué no me explicas qué es lo que te atormenta? No te puedo ver, pero percibo la congoja en el tono de tu voz.

Tras unos segundos de vacilación, decido contarle mi historia. Será la primera vez que lo haga, después de cumplirse más de dos meses desde mi huida. Supongo que en compañía de este hombre ciego he encontrado una momentánea tregua al aislamiento que todo furtivo padece.

-Nunca me había planteado la posibilidad de poder explicarle esto a nadie. No sé cómo comenzar –me excuso.

-Si quieres desahogarte, mejor será que no te andes por las ramas.

-Ojalá pudiese volver a subirme a ellas.

Vuelve a mostrarse confuso ante esta nueva respuesta.

-Eres un tipo muy peculiar. Me desconciertan tus contestaciones. Haz el favor de ir al grano de una vez. ¿Te están buscando? ¿Has escapado de alguna prisión?

-No exactamente. Era una clínica, pero le aseguro que el tiempo que permanecí confinado en ella fue peor que haberlo estado en cualquier prisión.

-¿Una clínica? Chico, cada vez me asombras más. ¿Quieres explicarte de una vez?

-El doctor Miguel Brenen –comienzo titubeante y sin rodeos-, un prestigioso neurocirujano reconocido internacionalmente, fue quien obró el milagro de que hoy pueda estar aquí hablando con usted. No quiso hacer público su triunfo hasta finalizarlo por completo. Lamentablemente nunca lo consiguió. Se trataba de un tipo de intervención pionera en el mundo y temía que un sonado fracaso acabase con su brillante carrera. Cuarenta años de notorio ejercicio de su profesión no podían irse al traste por la simple persecución de un sueño: ser el precursor de una nueva neurocirugía cerebral, que solucionase definitivamente cualquier patología relacionada con el sistema cognitivo. Como si de una organización clandestina se tratase, él y los otros tres componentes de su equipo se reunían en una antigua clínica privada de su propiedad, cerrada al público, en la que yo era el único paciente. Estaba dotada de un moderno laboratorio y de un quirófano en el fui sometido a múltiples operaciones. Un pacto de silencio entre ellos, consiguió preservar el proyecto dentro del máximo secreto. El doctor puso en práctica los amplios conocimientos que disponía sobre el sistema nervioso y operó mi cerebro en diferentes ocasiones. El problema llegó cuando junto al éxito de sus intervenciones, yo iba tomando conciencia de lo que estaban haciendo conmigo.

-¡Santo cielo! –exclama compasivo-. Has sido víctima de un experimento médico. ¿Lo aceptaste voluntariamente?

-En absoluto. Primero intervinieron sobre mi cerebelo –prosigo-, consiguiendo que fuese capaz de coordinar mis movimientos, que pudiese caminar bien erguido y que además mantuviese la postura y el equilibrio.

-¿Tan mal estabas antes de las operaciones? ¿Sufriste algún accidente que te dejó tetrapléjico?

No respondo a sus preguntas y prosigo con mi relato.

-Más tarde experimentaron con el hemisferio derecho de mi cerebro, el que controla sonidos que no están relacionados con el habla, como puede ser la música.

-Los ciegos dependemos mucho de esa parte del cerebro, ya que también se encarga de la sensación táctil y la situación espacial de los objetos.

-Animados por el éxito prosiguieron con el izquierdo, el encargado de la comprensión y reproducción del sonido. Cuando fui capaz de leer con total fluidez, el equipo decidió abordar lo que consideraban su obra maestra: la fijación de la memoria.

-¿Padecías amnesia?

-En realidad tenía mis propios recuerdos. Lo que proyectaban era instalar gran cantidad de información en mi cerebro y conseguir que no la olvidase nunca. Esperaban que mi sistema sensorial guardase una copia literal de todos los conocimientos adquiridos, eliminando el olvido.

-¡Pretendían hacer de tu cerebro una especie de disco duro viviente! –exclama sobresaltado-. ¿Cuál fue el resultado?

-Si quiere puedo recitarle la Biblia, o el Quijote si lo prefiere.

El ciego palpa al aire hasta localizar una silla en la que se sienta, totalmente aturdido. Opto por continuar mi exposición.

-Buscaban que el principal órgano del cuerpo funcionase a pleno rendimiento; que cumpliese con una de sus principales funciones: ser capaz de recuperar conocimientos del pasado, utilizando esa información para lidiar contra los problemas planteados en el presente.

-¿Qué aspiraban conseguir con ello?

-Entre otras cosas erradicar ciertas enfermedades. Los psicoanalistas afirman que aferrarse a algún tipo de recuerdo puede generar en depresión y en casos extremos en locura, algo que sucede cuando la mente se bloquea en esa evocación, hasta conseguir la ruptura total con la realidad.

El ciego parece meditar. Finalmente me sorprende con una inesperada pregunta.

-¿Crees que ese médico podría curar mi ceguera? No soy ciego de nacimiento. La mía es una ceguera cortical provocada por un daño cerebral del lóbulo occipital. Percibo los cambios de luz y sombras, en el movimiento de la gente.

Más que a pregunta, suena como una esperanzadora petición.

-Tal vez fuese posible…si Brenen continuase con vida –respondo diluyendo toda su ilusión.

-¿Le mataste tú? ¿Por eso huyes?

-Fue un accidente.

-Vaya por dios –exclama más preocupado por la oportunidad perdida de poder recuperar la visión, que de mi desgracia.

-Surgieron diversos problemas inesperados durante el experimento –continúo-. Ofuscados por el éxito, los médicos no consideraron ciertos aspectos relevantes. Multiplicar mi inteligencia me creó un terrible conflicto emocional, al comparar mi anterior vida con el ser en que me estaban convirtiendo. Esto se tradujo en incontrolables reacciones violentas. En uno de esos ataques de ira rompí los correajes con los que me sujetaban y salí huyendo, corriendo y gritando como un poseso. Brenen se interpuso en mi camino. Le arrollé y cayó, golpeándose la cabeza con una mesa. Me detuve, interesándome por él. Se había desnucado. Escapé del resto del equipo que se acercaban a mí con pistolas de sedantes. Estoy condenado a huir. Y ahora que conoce mi historia, si no le importa, me gustaría marcharme.

-Puedo ofrecerte mi baño para que te duches. Por tu fuerte olor deduzco que hace tiempo que no te aseas.

Declino su ofrecimiento y me acompaña hasta la puerta de su casa. Me subo el cuello de la gabardina y me pongo la gorra y las gafas de sol.

-Toma –me da una tarjeta-. A pesar de mi minusvalía soy un buen abogado. Si quieres puedo ayudarte, mi nombre es Carlos. No sé cómo te llamas, pero tu historia me ha conmovido. Convenceríamos al jurado de que fue secuestro. Los experimentos se hacen con animales.

Antes de bajar la escalera me giro para dedicarle unas últimas palabras.

-Gracias Carlos. Pero no puedes ayudarme. No pueden juzgarme. Mi nombre es Kent y… soy un orangután.





No hay comentarios: